Frente al falso feminismo negacionista, ni olvido, ni silencio.

Poco antes del amanecer del 7 de octubre, Shani Louk bailaba bajo el cielo estrellado del desierto de Néguev, celebrando la vida junto a los miles de jóvenes de medio mundo que habían acudido al Festival Nova a elevar sus voces a favor de la paz. Ajenos al destino cruel que se avecinaba, es fácil imaginar lo que para muchos de ellos serían sus últimas horas de vida. Al alba llegó la muerte, por tierra y por aire, escupiendo fuego y bestialidad, a traición, sin piedad, matando personas por ser judías o por ser amigos de los judíos.

El destino de Shani Louk pudo verse en las imágenes de su cuerpo martirizado, roto, sin vida, en un vehículo conducido por hombres, en las calles de Gaza, mientras una multitud enfervorecida aplaudía en un ritual de euforia fanática celebrando el pogromo. Las imágenes siguen ahí intactas, densas en su dramatismo, petrificadas en el tiempo para hacernos testigos del mal radical en acción.

Esas escenas de barbarie brutal representan el canon de la podredumbre moral de un grupo terrorista, son todas ellas durísimas y crueles; pero hoy queremos llamar la atención sobre una en particular: dura pocos segundos, y muestra la escena de los vehículos de Hamás de regreso a Gaza, recibidos por la muchedumbre como héroes; exhiben sus armas y sus piezas de caza en vehículos descapotables. En uno de ellos se aprecia el cadáver de Shani, semidesnudo, inerte y roto, en medio del alborozo colectivo de hombres en euforia, aquí sí, exhibiendo una masculinidad tóxica. De repente, uno de ellos, casi adolescente, se asoma y escupe sobre el cuerpo de Shani, cuya vida arrebatada probablemente hacía escasas horas solo le suscita odio.

De todas las imágenes que simbolizan el machismo más brutal, terrible, primitivo, de bestias, quizás ésta, por su contexto, nos retrotrae a las más oscuras formas de depravación misógina. Y suscita muchas preguntas sobre su modelo de sociedad, sobre con qué valores fue socializado ese sujeto, sobre qué piensa sobre la dignidad humana y, más concretamente, sobre la dignidad de las mujeres.

Muy probablemente, en ese instante, a no muchos kilómetros de distancia, en la oscuridad de un refugio plagado de muerte, Yuval Raphael fingía su propia muerte, entre cadáveres, con la esperanza de sobrevivir a los intentos de los terroristas por arrebatar vidas judías. Horas y horas entre los cuerpos asesinados de sus amigos, hasta ser rescatada por su propio padre y soldados de las FDI.

También en ese instante, otras mujeres eran exhibidas con sus pantalones ensangrentados, humilladas sin límite por bestias asesinas y misóginas. Prueba fehaciente de que el 7 de octubre fue un pogromo, con intencionalidad genocida, antisemita, por supuesto, pero también misógino. Dos años más tarde, tras un viaje a medio camino entre la propaganda y el recreo, que cruzó el Mediterráneo hasta la tierra de Israel, una mujer española, ante las cámaras, negaba la evidencia irrefutable de las violaciones en masa; con una superficialidad e insensibilidad manifiestas, en una caricatura de la estupidez y el vacío moral.

Y no fue casual. Mujeres autodefinidas como feministas, que estuvieron pontificando hasta la extenuación con el dogma “hermana, yo sí te creo”, apoyaron la “hazaña” de la “resistencia palestina” en su lucha contra el “malvado sionismo” y, por sistema, silenciaron el daño infringido a mujeres judías por el hecho de ser “mujeres” y “judías” aquel 7 de octubre de 2023, en que nada volvería a ser igual para el feminismo hegemónico, al tratar de imponer el negacionismo del horror, el silencio y el estigma sobre quienes nos negáramos a silenciar la memoria de sus víctimas.

Muchos meses después, en un plató de televisión, Yuval Raphael habría de interpretar Dancing Queen, de ABBA, en un show previo a su actuación en Eurovisión. Arreglada de un modo que otorgaba una gran solemnidad a la canción, e interpretada con la sensibilidad intransferible de una superviviente del Festival Nova, unas imágenes de fondo mostraban las imágenes en sombra de una joven bailando cuyos trazos visuales recordaban intencionalmente a Shani Louk.

Todas las víctimas importan, y la luz de su memoria debe preservarse en el más elevado altar de la dignidad. En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer debemos denunciar la impostura del falso feminismo negacionista que cuando más se le necesitaba decidió luchar en la trinchera de Hamas, traicionando a las mujeres humilladas, ultrajadas, violadas, secuestradas y asesinadas, porque importó más que fueran judías que mujeres.

Coordinadora Estatal de Lucha contra el Antisemitismo