Autor: Esteban Ibarra
Recientemente, con motivo del Yon Kippur, día de la expiación y más sagrado del año judío, en una sinagoga de una ciudad relevante que no quiero citar, los fieles judíos se despedían tras la actividad religiosa y el rabino, cautelarmente, les advertía:
— Ya sabéis, a la salida os quitáis la kippa, guardáis la estrella y retiráis cualquier símbolo.
Era una llamada para sumergir su identidad en esta España de 2025, y continuaba:
— Desde luego, no hacer grupos de despedida cuando salgáis, no os quedéis en la zona, id separados—, señalándoles que hay que disolverse, ocultarse, en el argot de la discriminación “meterse en el armario”, o sea, cuidado, que hay riesgo y mejor suspender la libertad de deambular y otras libertades ante el posible riesgo de agresión antisemita.
No estamos en 1933 de la Alemania nazi, ni en los primeros años del franquismo, estamos en el 2025 de la España democrática constitucional, en la que brota un antisemitismo con fuerza, uno nuevo y el que nunca dejó de existir, nunca combatidos, y que emerge con una fuerza inusitada pivotando en la demonización de todo lo israelí, de las comunidades judías y de todo lo judaico y/o relacionado con este universo, al que se quiere cancelar y acosar, injuriar y calumniar, hostigar y escrachear, discriminar y ejercer violencia, en un sinfín de formas, nada inconexas y que convergen en estos días del Yon Kippur.
Este antisemitismo global, que se realiza en torno al eje que niega la existencia del Estado judío de Israel, se concreta en la consigna de exterminio popularizada por Hamás y otros grupos terroristas: “Desde el río hasta el mar”, que significa que solo existirá Palestina, ni dos estados, ni paz por territorios, ni nada que se le parezca, lucha total; eslogan que se repite por altos cargos del gobierno, en manifestaciones y hasta por escolares que no saben ni a qué río se refieren ni a qué mar se menciona, desconociendo la realidad de la situación compleja, posibilitando irresponsablemente la siembra del odio y la muy grave construcción, entre nuestros adolescentes, de los antisemitas del mañana.
Mientras tanto, en esta fecha sagrada, los hechos constatados, más allá de la guerra actual en Gaza, se concretan en asesinatos terroristas como en Manchester, proliferan pintadas de “judíos asesinos”, mensajes en redes de “se lo merecían” o se vociferan, acompañando a gritos nada espontáneos como “vamos a luchar desde el río hasta el mar”, como en recientes manifestaciones, donde alguna acaba con asalto vandálico al Carrefour por su relación con capital judío, con ataques a restaurantes kosher o a bares de significación judía o israelí, amenazas en domicilios particulares y en universidades u otras acciones delictivas, en un contexto de olvido planificado de la masacre del 7 de octubre.
Un odio en el que converge el más radical izquierdismo, el neofascismo y el yihadismo que llama a la intifada global.
Un calculado 7 de octubre de máximo horror
Era de madrugada, en el 50 aniversario de la guerra del Yom Kippur, y desde la Franja de Gaza, la organización terrorista palestina Hamás, junto a otros grupos armados y civiles gazatíes, lanzaron un ataque calculado, planificado durante meses, contra población civil de Israel, granjas y kibutzs, un festival pacifista y otros lugares del sur de Israel. Les pillaron relajados, sin defensa…
Las atrocidades cometidas durante 24 horas son indescriptibles, pese a disponer de abundantes imágenes. El ataque antisemita no tuvo precedentes tanto por su alcance, sadismo y brutalidad como por su complejidad, al articular un ataque simultáneo por tierra, mar y aire, en el que participaron cerca de 3.000 terroristas sanguinarios y lanzaron, según Hamás, 5.000 cohetes contra zonas lejanas como Jerusalén y Tel Aviv.
También desplegaron drones cuadricópteros armados con explosivos para atacar torres de vigilancia y cegar a las fuerzas israelíes, como informó el Instituto Elcano en su análisis sobre la Operación “Inundación Al Aqsa”, a lo que se suman operaciones anfibias y de alas delta, también entradas motorizadas para facilitar la incursión terrestre sanguinaria que ejecutó las brutales acciones.
Un complot terrorista —afirma el Instituto— que ha sido el más caro de la historia, estimado en 130 millones de dólares, cuya planificación duró dos años.
Irrumpieron en las casas, asesinaron a familias enteras, incendiaron hogares quemando vivos a sus moradores, violaron a mujeres y hombres, ejecutaron a niños y despedazaron a bebés, degollaron y asesinaron sádicamente a los que huían o se escondían en refugios, a personal de defensa, en una masacre que también asesinó a 400 jóvenes pacifistas en el festival donde se abogaba por la convivencia entre ambos pueblos.
Mataron a más de 1.200 personas, en su mayoría civiles —incluidos niños, uno de 10 meses—, extranjeros y miembros de las muy escasas fuerzas de seguridad. Los hospitales del sur de Israel registraron unos 3.500 heridos por sus atrocidades.
En continuidad del horror, secuestraron a 251 personas —incluidos niños, mujeres, ancianos y personas con discapacidad—, fueron golpeadas, trasladadas al territorio palestino de Gaza en calidad de rehenes, siendo torturadas y humilladas públicamente.
Una masacre que constituye un crimen de lesa humanidad que comienza con un crimen de agresión contra la paz, inicio de la actual guerra entre Israel y Hamás, así como de otros crímenes de guerra asociados a los que se sumaron rápidamente otras organizaciones terroristas como la Yihad Islámica, Hezbolá desde Líbano, y posteriormente los hutíes desde Yemen, las milicias sirias y el propio Irán, en diferentes ataques que configuran en el tiempo toda una guerra regional.
La dimensión del kinocidio antisemita
Con abundante prueba sobre los hechos acerca de este pogromo sangriento, en un informe elaborado por la Comisión Civil sobre los Crímenes cometidos por Hamás el 7 de octubre contra mujeres y niños, que cuenta con el respaldo del Centro Raoul Wallenberg para los Derechos Humanos, se señaló como estrategia del pogromo la destrucción sistemática de familias por su gran impacto emocional.
Las filmaciones realizadas por los asesinos, las imágenes de cámaras de seguridad y los testimonios de supervivientes documentaron las masacres dentro de las viviendas, captura de civiles y el horror en el festival de música pacifista, recogiendo la extrema brutalidad infligida a las familias.
Las filmaciones realizadas por los asesinos, las imágenes de cámaras de seguridad y los testimonios de supervivientes documentaron las masacres dentro de las viviendas, captura de civiles y el horror en el festival de música pacifista, recogiendo la extrema brutalidad infligida a las familias.
Este grupo de expertos juristas internacionales publicó un informe pionero que denominó: «Kinocidio: La Utilización de las Familias como Armas”. Además de documentar los sucesos del 7 de octubre, el informe analiza el marco jurídico que identifica estos actos como un nuevo crimen internacional de lesa humanidad. Desde el informe se “exige el reconocimiento del sufrimiento de las víctimas y presenta recomendaciones prácticas para la comunidad internacional, instando a la formación de una coalición para abordar estas atrocidades y prevenir su recurrencia”.
Con el nuevo término Kinocidio se señala como dimensión cualitativa los asesinatos propiciadores del máximo dolor, al ejecutarse sistemáticamente, delante y viéndolo toda la familia, a la que paso a paso se acaba asesinando: primero matan al bebé, luego violan y queman a la madre, o la descuartizan, y después torturan y acaban con el padre.
Además, se filma el horror, se celebra en las calles y se difunde vía digital. Esas imágenes las exhibió Hamás con orgullo sádico, difundiéndolas en un claro intento de destrozar psíquicamente a los israelíes y a cualquier persona civilizada.
Con asombro vimos la crueldad que describe el informe, que se constata en imágenes, y no finalizó, porque con la misma lógica estratégica del terrorismo aún estamos con la macabra negociación por los 48 secuestrados que Hamás tiene en sus túneles de la muerte, y que ahora nos muestran a algunas víctimas famélicas, anunciando su previsible asesinato. Aquí no hay derecho humanitario.
El 7 de octubre fue un crimen de lesa humanidad por su acción generalizada antiisraelí que se ha pretendido borrar de nuestra memoria, sea desde el antisemitismo mediático o el político, acompañado de la dilución de crímenes de guerra cometidos por Hamás, desde el uso de escudos humanos de civiles gazatíes, contrario al derecho internacional, hasta la utilización de instalaciones de guerra en escuelas, hospitales, centros humanitarios u otros lugares desde donde realizan lanzamientos de los cohetes albergados en los 700 km de túneles de la muerte.
Sin olvidar, con posterioridad, el robo de la ayuda humanitaria destinada a gazatíes, silenciado y no denunciado en muchos medios de comunicación convencionales.
La cobertura mediática, desigual y sesgada, ha contribuido a diluir la verdad; se ha invisibilizado a las víctimas israelíes del 7 de octubre, relegado su dolor, para focalizarse en los titulares propuestos y difundidos por Hamás y su “Ministerio de Sanidad”.
La responsabilidad periodística exige rigor y equilibrio para no invisibilizar el dolor de una gran parte de las víctimas, ni legitimar el terrorismo.
No hay que olvidar al mundo de las ONGs que guardó silencio y, como mostró ONU-Mujeres, callada ante las sádicas violaciones y la violencia vicaria con bebés y familias, o la inmoralidad de otras organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional, Cruz Roja Internacional, en su omisión de exigir acceso a los rehenes, información sobre su paradero y garantías de su liberación; también el no reconocimiento de la participación de asesinos de Hamás que trabajan en la UNRWA en el fatídico 7 de octubre.
En este segundo aniversario de la masacre-pogromo del Kinocidio antisemita, junto a la débil memoria se agolpan provocaciones, pero la peor de todas es el borrado de la mayor agresión sufrida por el pueblo judío desde el Holocausto, el intento de su banalización: “no fue para tanto”; su relativización: “no hubo proporcionalidad de respuesta”; incluso el “gatillo del genocidio”, con el que se dispara, excluye o cancela al que disiente de la aplicación de este término cuando, además, no existe resolución judicial en ese sentido.
Memoria, dignidad y justicia para las víctimas. Paz para la gente y la región
No es objeto de este artículo analizar la complejidad de todo este conflicto, pero sí reivindicar la memoria, dignidad y justicia para las víctimas del 7 de octubre, entre las que se encontraban las españolas Maya Villalobos, de Sevilla, e Iván Illarramendi, de Zarautz.
Posteriormente, en atentado, el melillense Yaakov Pinto, asesinado en Israel.
Hay mucho de qué hablar, sin gritos ni estigmas, y llegará el momento de entrar a fondo, tanto de la guerra como de las responsabilidades de todos, no solo de una parte, incluidas las de las democracias occidentales, de sus dimensiones históricas, políticas y religiosas, del Antisemitismo Global que nos azota como nuevo chivo expiatorio en nuestras amorales sociedades políticas.
Pero ahora toca apostar por la Paz, reivindicación que no observamos en las manifestaciones donde se siembra más odio que coexistencia, que tanta falta hace.
Deseamos profunda y encarecidamente la PAZ, a diferencia de los sectores radicales y extremistas pro-Hamás que agitan en España y no trabajan con criterios pacifistas, y que instrumentalizan políticamente la situación, evitando hacer presión a Hamás, que es quien debe abrir el camino a la paz devolviendo a los secuestrados. Aquí confluyen los extremismos, porque todos buscan la eliminación de Israel y la persecución antisemita.
La Memoria es un deber moral, preservar la verdad histórica del 7 de octubre es un acto de justicia hacia las víctimas, una forma de reparación y una advertencia frente a la normalización del antisemitismo.
Olvidar o relativizar sería traicionar su dignidad humana, abrir la puerta a más violencia y terrorismo, y sin olvidar que, desde la perspectiva de quienes defendemos a todas las víctimas, excluir a estas gentes inocentes, víctimas del 7 de octubre, llevarlas al silencio y al olvido es otra manifestación de crueldad antisemita.
Despreciar o liquidar su Memoria es un intento de deshumanizarnos, lo que ya nos advertía el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz: “quien pierde su memoria, pierde su humanidad”. Y no queremos perderla.
