EL MAQUILLAJE ANTISIONISTA

Autor: Alejandro Goldstein

Cuando en 1945 finalizó la industrialización de la muerte de seis millones de judíos, el puñado de humanos que sobrevivió a dicha “factoría” debió haber suspirado con alivio: “hemos atravesado el peor de los infiernos, hemos tocado fondo, así que ahora a prepararse porque lo bueno tiene que estar por venir”.

Pues bien, han pasado casi cien años y ese “porvenir” se trasunta en el odio y el rencor que continúan indelebles en la psique de la humanidad. No somos diferentes, pero nos hacen sentir diferentes. Los gestos faciales de mi madre eran un poema cuando la llevaban los demonios después de escuchar los requiebros de sus amigas: “tú eres buena, no pareces judía”. A los judíos que nacimos después de la guerra, de una manera u otra, el mundo siempre nos hizo sentir esa diferencia. Ese trato “especial” va formando una coraza protectora y nos hace estar siempre en alerta máxima. Sabemos a ciencia cierta que no podemos escatimar recursos en materia de seguridad -ya sean edificios, con impresionantes muros defensivos en las aceras de nuestras instituciones, o humanos, con guardia permanente durante todo el día. Los atentados contra instituciones judías fueron la constante a lo largo de los años y ninguna sociedad “avanzada” estuvo ajena a dichos luctuosos eventos; el último, el 7 de octubre de 2023 en el mismísimo Estado de Israel.

Al ser animales, nuestro comportamiento humano no difiere en absoluto de las otras especies del reino. Actuamos como manadas, somos sumisos y acabamos recibiendo con beneplácito las ideas “revolucionarias” de una sola persona. Una sola persona cambió la manera de pensar de la sociedad más encumbrada de Europa en cuestión de meses y le faltó poco para cambiar el curso de la historia si no hubiese cometido errores geopolíticos garrafales. Necesitamos imperiosamente amos, patrones y guías espirituales que gobiernen nuestros pensamientos y nuestras vidas. Hace un siglo, ese amo se llamó Adolph Hitler, hoy se llama redes sociales.

La gran diferencia que existe -y que me lleva a pensar que lo que vivimos en la actualidad quizás podría llegar a ser peor- es que, en aquel entonces, la gente disponía de tiempo para leer, para pensar, y así y todo, pasó lo que pasó. Hoy las cosas, a mi criterio, son de carácter dramático y varias son las razones que me llevan a inferir que estamos ante el peor de los escenarios. El hábito de la lectura agoniza, la gente no dispone de tiempo para cultivarse y necesita evadirse de una realidad social y económica que los perturba y asfixia: los asaltos en la vía pública, la escuela de los niños, el costo de las actividades extracurriculares, el dinero que nunca alcanza, las enfermedades de todo tipo, y una lista que tampoco ve la luz al final del túnel.

Los informes de los consorcios informativos pueden llegar a generar incendios sociales. ¿Cómo podemos culpar al vulgo si sus propios dignatarios, sin el más mínimo conocimiento de lo que pasa a miles de kilómetros de su geografía se erigen en verdaderos paladines de la justicia, y hacen propias -sin ningún remordimiento y con total desparpajo- las palabras del célebre Émile Zola, para decirle al mundo con voz clara y firme: “Yo acuso”?

¿Le podemos pedir a la caterva que reflexione antes de actuar o abrir la boca si ve que su presidente corta relaciones o retira a su embajador del Estado de Israel? ¿Qué podemos esperar del populacho si los estudiantes y docentes de las grandes universidades del mundo muestran de manera deliberada su antisemitismo? Ejemplos de lo anterior los encontramos en los magistrados de La Haya, en los presidentes que acusan a Israel de país genocida ante la “honorable” Asamblea General de las Naciones Unidas, en las universidades más prestigiosas del mundo, y en las calles de casi todas las ciudades del planeta.

Al igual que lo que sucedió en la Alemania nazi, hoy tampoco hay un interlocutor válido para limar las asperezas y crear un marco de discusión para buscar los caminos de la concordia. A ese mal, más viejo que la mentira, hasta 1948 se le llamó antisemitismo, hoy se trata de maquillar ese nombre que suena a rancio racismo con un eufemismo: antisionismo. Los que estamos posicionados en la otra orilla sabemos que es el mismo perro con diferente collar. Por lo tanto, es estéril buscar explicaciones rebuscadas e indignarse, pues el antisemitismo -que es más viejo que la mentira misma- tiene la opinión parcializada y goza de excelente salud.