Autor: Florentino Portero
La guerra es un acto político, por eso resulta a menudo problemático definir la victoria. Derrotar al enemigo en el campo de batalla no supone necesariamente alcanzar los objetivos por los que se entró en combate. Es indiscutible que, tras los graves errores cometidos en torno al atentado de Hamás, las autoridades israelíes han ejecutado de manera extraordinaria las operaciones militares en los teatros gazatí, libanés, sirio e iraní. Pero si contrastamos estos logros militares con los objetivos políticos el análisis se complica.
El Gobierno presidido por Netanyahu fue ambiguo cuando comunicó su intención de invadir Gaza. Liberar con vida al mayor número de rehenes posible era algo de sentido común. Sin embargo, proclamar su voluntad de acabar con Hamás era, como se comentó en su día desde muchos frentes y como hemos repetido en esta columna, algo ajeno a sus capacidades. Hamás es la expresión palestina de una organización presente en muchas comunidades musulmanas. Tiene una dimensión política, militar…, pero, sobre todo, es una forma de vivir el islam. Se puede derrotar a una milicia, acabar con una formación política, pero no es posible erradicar un sentimiento religioso. Uno de los principios de la estrategia contraterrorista es aislar la organización de su entorno social. No parece que la política que Israel viene siguiendo responda a este fin.
Más allá del Gobierno Netanyahu, respaldado por una mayoría parlamentaria nacionalista y radical, son muchas las voces que desde el Ejército, la comunidad estratégica, la política o el periodismo han defendido que los objetivos puramente militares ya se habían alcanzado cuando se aprobó el alto el fuego. El daño posible a Hamás se había realizado. Sus capacidades políticas y militares habían sido severamente degradadas. Era el momento de aprovechar la situación para recomponer el equilibrio de fuerzas, aprovechando el marco diplomático que ofrecen los Acuerdos Abraham. El bloque árabe ha proporcionado a Israel un formidable apoyo en su guerra contra Hamás. Era comprensible ya que es un enemigo compartido, pero suponía un alto coste por la previsible simpatía de la calle árabe con la población gazatí. Un compromiso árabe en la reconstrucción física de Gaza y política de la Autoridad Palestina podría dar paso a un tiempo nuevo en la región y, sobre todo, a la posibilidad de reforzar el vínculo árabe-israelí surgido como respuesta a las amenazas islamista e iraní.
El Gobierno Netanyahu ha reanudado las operaciones militares. Todo apunta a que busca la plena ocupación del territorio de forma definitiva. Si bien es cierto que Gaza supone una seria amenaza de seguridad para Israel; que hay una alta probabilidad de que grupos radicales, lamentablemente amparados por Naciones Unidas, traten de reanudar sus actividades; que la Autoridad Palestina no ha estado a la altura de las circunstancias una vez más, ni se espera que lo esté en el corto plazo; que el plan presentado por el bloque árabe no es suficientemente realista…, la idea de ocupar Gaza es una opción que tendrá un coste muy elevado para Israel.
El mundo ha seguido con horror el sufrimiento de la población gazatí, del mismo modo que con horror descubrió lo sucedido durante el atentado ejecutado por Hamás. Israel tenía el derecho de defenderse y de tratar de rescatar a los rehenes. Toda guerra provoca daños irreparables en vidas y haciendas, de ahí que nos preocupe la legitimidad del uso de la fuerza. Tanto el bloque árabe como la mayor parte de las democracias ha comprendido la campaña militar ejecutada por Israel. En todo momento se ha presionado para tratar de garantizar el auxilio a las víctimas, pero la responsabilidad última recaía en quien había provocado el conflicto y convertido a la población en un gigantesco escudo humano.
Esos mismos estados no entienden el sentido de la nueva operación militar, por ello están denunciando el comportamiento de Israel y se disponen a aplicar sanciones para forzar su detención. Obvio es que aquellos, como España, que en todo momento han actuado frente a Israel, apoyando el chantaje terrorista y haciéndose merecedores de la gratitud de Hamás, aprovechen la oportunidad para ir más allá en coherencia con su agenda «progresista», siempre comprensiva con quienes sistemáticamente atentan contra los derechos humanos mientras presumen de ser sus valedores.
La mayoría de los ciudadanos israelíes rechaza la campaña militar en curso, no comparte la agenda política nacionalista que le dota de sentido y condena el injustificado sufrimiento al que se somete a la población gazatí en esta fase de la guerra ¿Cómo entender entonces el comportamiento de Netanyahu? Es evidente que depende de una mayoría parlamentaria que se lo exige, pero si la operación es contraproducente para los intereses de seguridad israelíes y carece del apoyo de la población el primer ministro puede solicitar la disolución del Parlamento y la consiguiente convocatoria de elecciones. Los más críticos afirman que lo hace por interés personal. Del mismo modo que Sánchez en España, necesita seguir en el poder para poder resistir los intentos de los tribunales de condenarle por corrupción. Los más benévolos sostienen que tras el gran atentado de Hamás Netanyahu revisó su postura sobre Gaza y asumió la posición histórica de los nacionalistas radicales. Sea cual sea la razón, la política de Netanyahu está abocada al fracaso.
Asumir el papel que tu enemigo te ha adjudicado no suele ser una buena idea. Hamás necesita aislar a Israel del bloque árabe y del occidental. Para esta organización los Acuerdos Abraham fueron un desastre y la posibilidad de que Arabia Saudí se acabara sumando a su peor pesadilla. El rechazo a Irán y al islamismo había acabado uniendo a todos sus enemigos. El atentado tenía como objetivo evitar que Arabia se incorporara y crear las condiciones para que las respectivas poblaciones árabes presionaran a sus gobiernos para poner fin a esa relación. Había que aislar a Israel y debilitar a los regímenes árabes moderados. No lo habían conseguido. La cohesión se había mantenido mientras los éxitos militares israelíes se sucedían. Sin embargo, ahora que la debilidad de Hamás es evidente, el Gobierno de Netanyahu está en camino de darle la victoria real, la política, al aislar a Israel de su entorno natural. Hamás lleva años explicando que la combinación de resistencia y sacrificio es la clave para poner fin a la existencia de Israel. La ausencia de expectativas ha acabado radicalizando también a la sociedad israelí hasta el punto de hacer posible una mayoría parlamentaria como la actual. Era lo que Hamás esperaba. Ahora le toca confiar en que Netanyahu represente correctamente el papel que le han adjudicado, atentando seriamente contra los intereses de Israel.
Fuente: https://www.eldebate.com/opinion/20250527/gaza-interes-nacional-israeli_300980.html