Hamás prefiere la guerra a la vida de su pueblo

Autor: Nataniel Castaño

En un giro que desafía toda lógica, el grupo islamista Hamás rechazó hoy, 30 de mayo de 2025, una propuesta de alto el fuego presentada por Estados Unidos. Esta propuesta tenía como objetivo poner fin al sufrimiento de la población civil en Gaza y permitir el ingreso de ayuda humanitaria a gran escala. La negativa de Hamás plantea preguntas profundas, tanto políticas como éticas: ¿Cómo puede una organización que afirma estar siendo víctima de un genocidio, oprimir a su propia población impidiendo un cese de hostilidades?
Si uno se atiene a las declaraciones de Hamás y de varios aliados en la comunidad internacional, Gaza estaría siendo escenario de un genocidio. Sin embargo, esta acusación no solo es jurídicamente insostenible, sino que constituye una tergiversación deliberada del término. Según el Derecho Internacional —en particular, la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio—, este crimen implica la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Nada en las acciones israelíes, por más que se discutan sus tácticas militares, apunta a ese objetivo. Hablar de genocidio, en este contexto, no solo es incorrecto, sino que banaliza el término y lo desvincula de su verdadero significado histórico.
Sin embargo, resulta inédito en la historia moderna que un grupo que alega sufrir tal atrocidad se oponga abiertamente a un alto el fuego que podría salvar miles de vidas. Esta contradicción solo se entiende si analizamos la verdadera naturaleza del grupo que gobierna la Franja desde hace casi dos décadas.
El conflicto actual no nació del vacío. El 7 de octubre de 2023, Hamás lanzó un ataque brutal contra civiles israelíes, asesinando, violando y secuestrando a mujeres, niños y ancianos. Entre las víctimas estuvo un bebé de apenas ocho meses que fue secuestrado ese mismo día junto a su hermano y su madre, y que, según los estudios forenses, los dos niños fueron estrangulados y desmembrados. Este acto de barbarie, inédito incluso para los estándares del terrorismo moderno, fue minimizado o
directamente ignorado por sectores de la comunidad internacional, algunos de los cuales han llegado incluso a aplaudir o justificar las acciones de Hamás en nombre de una supuesta resistencia.
No hay que olvidar tampoco que, a día de hoy, Hamás sigue reteniendo a 58 personas secuestradas desde aquel 7 de octubre. Cincuenta y ocho vidas que permanecen en cautiverio mientras la organización que las tomó se niega siquiera a considerar un alto el fuego que podría facilitar su liberación.
Estos actos no solo fueron una provocación directa a Israel, sino una sentencia de sufrimiento para los propios gazatíes. Desde entonces, la organización ha demostrado que sus intereses políticos y estratégicos están muy por encima del bienestar de su población.
Una de las tácticas más crueles utilizadas por Hamás ha sido el uso sistemático de civiles como escudos humanos. Lanza ataques desde zonas residenciales, escuelas y hospitales, sabiendo que las represalias pondrán en peligro a los inocentes. A esto se suma la represión interna: los gazatíes que se atreven a criticar al régimen de Hamás se enfrentan en la mayoría de los casos a la muerte.
Hamás no solo rechaza el altos el fuego, también ha bloqueado repartos de alimentos y ayuda humanitaria en varias ocasiones. Esto no es casual. Mantener una narrativa de hambruna extrema y sufrimiento constante les permite proyectarse como víctimas absolutas ante la comunidad internacional. ¿Puede un grupo que se beneficia políticamente del dolor de su pueblo ser considerado un defensor legítimo de sus derechos?
Una parte del mundo occidental ha comprado, en cierta medida, la narrativa de Hamás. Organismos internacionales como la ONU han hecho declaraciones basadas en datos imposibles de verificar desde el interior de Gaza, donde la única fuente de información proviene de una organización terrorista que no permite la disidencia. Esta falta de contexto y rigor ha contribuido a que se perpetúe un discurso que ignora la raíz del conflicto, el uso del terrorismo y la violencia indiscriminada como herramientas de poder.
El sufrimiento en Gaza es real y trágico, pero tiene responsables concretos. La negativa a detener la violencia, el uso de civiles como herramientas de guerra y la manipulación de la opinión pública mundial revelan una verdad incómoda: Hamás no busca la paz. Al contrario, busca prolongar el conflicto porque, para su estrategia, el martirio colectivo es más rentable que la vida digna de su pueblo.