Por Nataniel Castaño
En muchas manifestaciones en Europa y América vemos lo mismo: banderas palestinas y, justo al lado, banderas LGTBIQ+. Movimientos que dicen defender juntos la libertad y los derechos humanos. La imagen es potente, pero también tiene una enorme contradicción detrás: ¿qué ocurriría si esas mismas banderas arcoíris ondearan en Gaza, donde gobierna Hamás?
La respuesta es dura porque en Gaza ser gay, lesbiana o trans puede costarte la cárcel, la tortura y la vida. La homosexualidad está criminalizada. Hay testimonios de personas perseguidas, encarceladas y castigadas por un simple rumor sobre su orientación sexual. Ni siquiera los altos cargos están a salvo. Un ejemplo estremecedor fue el de Mahmoud Ishtiwi, comandante del Batallón Zeitoun de Hamás, ejecutado en 2016 tras una larga detención interna. A Ishtiwi se le acusó de mantener relaciones homosexuales. Existen muchos más casos documentados de ejecuciones extrajudiciales vinculadas a acusaciones de homosexualidad.
Entonces, ¿cómo entender que en ciudades libres y democráticas se mezclen banderas LGTBIQ+ con la de un territorio donde esas mismas personas serían perseguidas y hasta ejecutadas? ¿No es acaso una incoherencia enorme?
Defender los derechos humanos debería ser universal, sin doble rasero. No se puede exigir respeto en casa y, al mismo tiempo, apoyar a movimientos que lo niegan de manera violenta en otros lugares. En Gaza, bajo Hamás, un joven que simplemente se enamore de otro chico o una chica que viva abiertamente su orientación sexual arriesga la vida cada día. Esa es la realidad.
Por eso, ver banderas arcoíris junto a la bandera palestina puede parecer un gesto de solidaridad, pero también deja un sabor amargo pues se apoya a un régimen que jamás permitiría esa misma libertad dentro de sus fronteras. El discurso suena a defensa de la diversidad, pero en la práctica termina siendo un apoyo a quienes la aplastan.
Esa contradicción se hace aún más evidente en la flotilla Sumud donde la ausencia de banderas arcoíris resulta llamativa y refleja cómo Hamás prohíbe cualquier símbolo de libertad sexual, sin reconocer ni tolerar la lucha por los derechos LGTBIQ+.
El movimiento LGTBIQ+ debería reflexionar seriamente sobre a quién está dando su respaldo. Porque no se puede reclamar respeto y, al mismo tiempo, cerrar los ojos y respaldar a quienes encarcelarían, torturarían o ejecutarían a personas por ser quienes son. Hamás no es un aliado: representa la negación absoluta de la libertad y jamás concedería al movimiento LGTBIQ+ el derecho a existir..
