Autor: Nataniel Castaño
El pasado 26 de marzo, el señor Juan Gabriel Rufián Romero, más conocido como Gabriel Rufián, con la elocuencia que le caracteriza, decidió hacer una de esas declaraciones que quedan en la memoria colectiva, aunque, lamentablemente, no por los motivos que quizá esperaba. En su intervención, sostuvo que «la diferencia entre Gaza y Auschwitz es que el mundo está a tiempo aún de parar lo de Gaza».
Bien, Sr. Rufián, permítame recordarle una cuestión fundamental que parece haber pasado por alto y que el mundo entero debería tener presente cada vez que alguien, por ignorancia o provocación, traspasa los límites del discurso razonable. Comparar lo que acontece en Gaza con el genocidio industrial perpetrado en Auschwitz no es solo una simplificación histórica absurda; es, según las definiciones más amplias y aceptadas, antisemitismo.
Y no lo digo yo, lo dice la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA), de la cual España es miembro. En su declaración oficial, establece que es antisemitismo «comparar las políticas actuales de Israel con las de la Alemania nazi». Una regla clara y sencilla que debería bastar para que cualquier parlamentario -y más aun alguien de su relevancia política- evitara comparaciones que, además de ofensivas, son históricamente inexactas.
Mencionar Auschwitz en el mismo contexto que Gaza no solo trivializa el horror de la Shoá, sino que convierte a las víctimas del nazismo en una herramienta de debate político contemporáneo. El genocidio nazi, que acabó con la vida de millones de judíos, no puede reducirse a una analogía vacía con el fin de alimentar el discurso populista sobre la política israelí. Este tipo de afirmaciones no solo es moralmente inaceptable, sino que resulta peligroso y divisivo.
Y no, no se trata de un exceso verbal ni de una declaración mal pensada, como algunos podrían justificar. Se trata de una afirmación calculada que, lejos de invitar a la reflexión, alimenta el odio y el prejuicio. Esta estrategia, utilizada por ciertos sectores, busca legitimar posturas extremas, algunas de las cuales incluso niegan el derecho a la existencia del pueblo judío.
No obstante, la memoria histórica tiene la rara virtud de resistir los intentos de manipulación. De hecho, su comentario, en lugar de generar la reacción que esperaba, ha servido como recordatorio de la necesidad de seguir educando sobre lo que realmente ocurrió en Auschwitz y lo que ocurre en Gaza, para evitar caer en comparaciones tan grotescas como la suya.
Por si no le ha quedado claro, informes como el presentado recientemente por el Parlamento británico, que analizan con rigor los hechos del 7 de octubre de 2023, deberían ser el verdadero foco del debate. No sé si ha tenido la oportunidad de leerlo, aunque, viendo sus declaraciones, me temo que no. Los ataques masivos contra civiles israelíes, las atrocidades y crímenes de guerra cometidos por grupos terroristas como Hamás no pueden reducirse a un simple juego de palabras. Lo ocurrido aquel día no es simplemente una «respuesta» ni una «reacción equilibrada», es un acto que requiere un análisis más profundo y matizado. Sin embargo, muchos prefieren mirar hacia otro lado refugiándose en discursos simplistas, comparaciones erróneas y, sobre todo, en la inacción. Y ahí radica el verdadero peligro: en la facilidad con la que se distorsionan los hechos.
Más preocupante aún es que ningún diputado se haya levantado en la Cámara Baja para reprender sus palabras. Ni siquiera aquellos encargados de velar por la memoria histórica y la defensa de los derechos humanos alzaron la voz, lo que evidencia un preocupante deterioro de nuestros valores democráticos. No se puede permitir que el antisemitismo se normalice en el Parlamento español ni que el odio se disfrace de discurso político. La falta de condena institucional es tan grave como las palabras mismas, pues legitima un ambiente donde este tipo de discurso se vuelve aceptable.
Por otra parte, el fuero parlamentario no es un cheque en blanco para insultar ni para lanzar afirmaciones irresponsables sin consecuencias. Todo discurso público debe tener un límite, especialmente cuando cruza fronteras morales y éticas que no deberían rebasarse jamás. La responsabilidad que conlleva representar a la ciudadanía exige rigor, respeto y, sobre todo, el compromiso de no alimentar discursos que solo generan división y enfrentamiento.
Para concluir, le invito a reflexionar no solo sobre sus palabras, sino sobre la peligrosa línea que ha cruzado al instrumentalizar la memoria del Holocausto para defender posturas que solo perpetúan la confrontación. Como miembro de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, España debería comprometerse a erradicar el antisemitismo en todas sus formas, lo que incluye señalar a quienes, como usted, distorsionan la historia en beneficio de un discurso vacío y destructivo.
Ojalá que, en el futuro, sus intervenciones se centren en la búsqueda de soluciones y no en la propagación de discursos que solo nos alejan del entendimiento y el respeto mutuo. Un grupo político que ha hecho de la división su estrategia, como se ha visto en sus intentos de fragmentar España, no sorprende al aplicar la misma lógica en debates tan sensibles como la memoria histórica y la lucha contra el antisemitismo. Pero lo que está en juego aquí no es solo la convivencia, sino el respeto a la dignidad humana.
Nataniel Castaño. Coordinadora Estatal de Lucha contra el Antisemitismo
*Artículo publicado en La Nueva España el 6/04/2025