ISRAEL, HAMÁS Y LA CEGURA OCCIDENTAL

Autor: Yaacob ben Moshé.

Este artículo nace de una conversación reciente en Barcelona con familiares que viven allí. Me contaban con frustración cómo en España la mayoría de la gente simplemente no entiende lo que está pasando en Israel. Cómo repiten consignas vacías, abrazan eslóganes que no comprenden y adoptan posturas automáticas contra Israel sin siquiera cuestionarlas. Y todo porque los medios que consumen solo les presentan una versión distorsionada de la realidad.

Queridos amigos, familiares y conocidos que han alzado la voz estos meses, convencidos de que en esta guerra el villano es Israel y la víctima es Palestina: quiero hacerles una pregunta sincera. ¿Qué los haría cambiar de opinión? ¿Qué prueba necesitarían para aceptar que la realidad no es tan simple como les han hecho creer?

El 7 de octubre de 2023, más de 1.200 israelíes fueron asesinados en sus casas, en un festival de música, en sus kibutzim. Fueron torturados, violados, secuestrados. Bebés quemados vivos, ancianos tomados como rehenes. No hay contexto que pueda justificarlo.

Fue un acto de barbarie, de terrorismo en su forma más brutal. Y sin embargo, cuando ese día marcó la historia de mi pueblo con sangre y dolor, la respuesta en demasiados sectores de la izquierda europea no fue la solidaridad con las víctimas, sino la búsqueda inmediata de justificaciones para los asesinos.

“Es la resistencia”, dijeron. “Es la consecuencia de la ocupación”. Algunos incluso afirmaron que Israel se lo había buscado. Me dirijo a ustedes, los que repiten estas frases, los que han marchado en Barcelona y Madrid bajo pancartas de “Israel asesino” y “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre”. Por cierto, pequeño detalle: mi familia y yo vivimos entre el río y el mar. ¿Qué representa ese eslogan para nosotros?

¿Un deseo de paz, de coexistencia, de entendimiento mutuo? No, representa una promesa explícita de exterminio. Representa un mundo en el que no tenemos cabida, en el que nuestras casas, nuestros amigos, nuestras vidas mismas son un “error histórico” que debe ser borrado. Y ustedes, los que se dicen progresistas, han abrazado esa consigna sin el menor escrúpulo. Me dan vergüenza.

Vergüenza de ver a quienes se creen progresistas y liberales actuar como idiotas útiles del fascismo islámico. Vergüenza de ver a supuestos defensores de la democracia marchar codo a codo con quienes justifican el asesinato de niños y la violación de mujeres porque “hay que entender el contexto”. Vergüenza de ver a universitarios que, entre sorbos de café y lecturas superficiales, justifican el terror porque les han enseñado que todo conflicto es una lucha de clases y que, en este caso, los judíos deben ser los opresores, aunque los hechos digan lo contrario.

“Genocidio”: la gran mentira. Una de las acusaciones más repetidas contra Israel es que está cometiendo un genocidio en Gaza. No hay acusación más falsa ni más perversa.

El genocidio es el exterminio deliberado y sistemática de un pueblo. Lo que Hamás hizo el 7 de octubre –asesinatos masivos, torturas, violaciones y secuestros con la intención declarada de “borrar a Israel del mapa”– es mucho más cercano a esa definición que cualquier acción tomada por Israel en esta guerra.

Israel no busca exterminar a los palestinos. Si ese fuera el objetivo, Gaza no existiría hace mucho tiempo. Es más, a pesar de estar en guerra contra una organización terrorista que se oculta entre civiles, Israel sigue suministrando ayuda humanitaria, permitiendo la evacuación de zonas de combate y, en muchas ocasiones, sacrificando ventaja militar para minimizar las bajas civiles. Acusar a Israel de genocidio no es un error de juicio: es una mentira diseñada para justificar el terrorismo de Hamás y deslegitimar la existencia misma del Estado judío.

La trampa de la política de identidades

Y aquí está la gran ironía: la izquierda que cree estar luchando por la justicia está, en realidad, sembrando el camino para la radicalización global.

El discurso actual, basado en la política de identidades, no busca la verdad ni la justicia, sino simplemente apoyar a quien pertenece a la “identidad oprimida”, sin importar qué haga. Así es como se llega al absurdo de ver a feministas occidentales defendiendo a Hamás, a activistas LGTBQ+ ondeando banderas de quienes los ejecutarían y a autodenominados progresistas justificando el asesinato de niños porque “el contexto lo explica”.

Este tipo de pensamiento sectario está destruyendo la posibilidad de un debate racional y, lo que es peor, está alimentando a sus propios enemigos. Si normalizamos la idea de que la violencia está justificada dependiendo de quién la cometa, ¿en qué creen que desembocará esto? No en más justicia, sino en más polarización, en más odio, en más extremismo.

La izquierda identitaria, al justificar atrocidades en nombre de la opresión, no está debilitando a la extrema derecha: la está fortaleciendo. Y cuando ambas fuerzas se radicalicen lo suficiente, cuando las sociedades vuelvan a dividirse en bandos irreconciliables, el péndulo regresará con toda su fuerza.

La historia nos ha enseñado adónde lleva esto. En los años 30, los extremismos de izquierda y de derecha se alimentaron mutuamente hasta que arrastraron al mundo entero a la guerra. Quienes creen que juegan con fuego en nombre del progreso pueden terminar quemando todo a su alrededor. Si seguimos en esta dirección, nos esperan años oscuros.

Una advertencia

Los ciudadanos de Israel están unidos en su convicción de que si hubiera de ocurrir nuevamente una masacre como la del 7 de octubre de 2023, Israel respondería con una fuerza fulminante sobre Gaza, sin las reservas que la comunidad internacional exige constantemente. La historia ha dejado una lección clara: el Holocausto no volverá a repetirse. Ya está. No iremos como corderos al matadero. Pero hay algo más. Me dan vergüenza, pero también esperanza. Porque si alguna vez fueron capaces de creer en la libertad, en la igualdad y en la justicia, todavía hay una posibilidad de que despierten. No es tarde para ver la verdad. No es tarde para entender que Israel no es su enemigo, sino el último bastión de sus propios valores en una región donde, si fueran mujeres, disidentes o simplemente diferentes, no durarían ni un día.

Israel seguirá existiendo, con su democracia, su diversidad y su lucha por la paz. Lo que está en juego no es solo su supervivencia, sino los valores que decimos defender en Europa.

Si permitimos que el fanatismo y la hipocresía moral se impongan, no solo Israel caerá, está históricamente demostrado.